Escribe: Paul Krugman (*)
Los sultanes de Silicon Valley están de mal humor político y algunos multimillonarios repentinamente se han puesto en contra de los demócratas. No es solo Elon Musk; otras personalidades destacadas, entre ellas Jeff Bezos, han hablado muy mal del gobierno de Joe Biden. Encima, ahora sabemos que Larry Ellison, de Oracle, participó en una llamada con Sean Hannity y Lindsey Graham en la que se discutieron las opciones para anular las elecciones de 2020.
Cabe destacar la peculiaridad del momento en que algunos aristócratas de la industria tecnológica han decidido dar este giro a la derecha, en vista de la situación actual de la política estadounidense. Por ejemplo, es difícil imaginar en qué tipo de burbuja vive Musk para haber dicho que los demócratas son “el partido de la división y el odio” justo cuando Tucker Carlson —quien si bien no es político, sí es una de las figuras más influyentes del Partido Republicano moderno— habla en todos sus programas sobre la “teoría del reemplazo”, según la cual las élites liberales tienen un plan deliberado para traer inmigrantes a Estados Unidos y desplazar a los votantes blancos. (Las encuestas muestran que casi la mitad de los republicanos concuerdan con esta teoría).
Los plutócratas que están tan enojados con los demócratas también son bastante mezquinos; la mejor señal de que eres un “titán visionario de la industria” es que envíes emojis de popó. No obstante, es posible que esa crueldad sea central para la historia política. En lo personal, argumentaría que esta historia no gira en especial en torno a la avaricia (aunque también se trata de eso). Más bien, se trata sobre todo de egos frágiles.
Es cierto que algunos intereses económicos reales están en juego. Los demócratas propusieron nuevos impuestos aplicables a los ricos, y el presidente estadounidense, Joe Biden, ha designado a funcionarios conocidos por ser defensores de una política antimonopolio mucho más estricta. También es cierto que las acciones tecnológicas han bajado muchísimo de valor en meses recientes, lo que ha reducido en el papel la riqueza de magnates como Musk y Bezos.
En este momento, sin embargo, estas políticas parecen ser una posibilidad vaga. Incluso si los demócratas, contra todo pronóstico, conservan el control del Congreso en noviembre, no existe ninguna probabilidad real de que se realice una campaña estilo New Deal contra la desigualdad extrema. Más aún, con cualquier política redistributiva concebible, los multimillonarios seguirían siendo increíblemente ricos y no se vería afectada su capacidad de comprar todo lo que quisieran (excepto Twitter, tal vez).
Sin embargo, lo que el dinero no siempre puede comprar es la admiración. Y resulta que es justo en esta área donde los titanes tecnológicos han sufrido pérdidas tremendas.
Permítanme hablar de teorías aburridas por un minuto. Por lo menos desde que se dio a conocer el trabajo de Max Weber hace un siglo, los sociólogos están conscientes de que la desigualdad social tiene varias dimensiones. Como mínimo, necesitamos distinguir entre la jerarquía del dinero, que les da a algunas personas una porción desmedida de la riqueza de la sociedad, y la jerarquía del prestigio, que les otorga a algunas personas un respeto especial y las hace objeto de admiración.
Las personas pueden ocupar lugares muy distintos en estas jerarquías. Las leyendas deportivas, las estrellas pop, los “influentes” de las redes sociales y, aunque no lo crean, los ganadores del Nobel, en general tienen una buena situación financiera, pero sin duda su riqueza es desdeñable en comparación con las grandes fortunas que vemos en la actualidad. En cambio, si bien los multimillonarios infunden reverencia entre aquellos que dependen de su generosidad, que incluso puede rayar en servilismo, muy pocos son figuras conocidas por el público en general, y todavía menos tienen grupos comprometidos de fanáticos.
Aunque esta es la regla general, la élite tecnológica lo tenía todo. Sheryl Sandberg, de Facebook, por un tiempo fue un icono feminista. Musk tiene millones de seguidores en Twitter, muchos de los cuales son seres humanos reales y no bots, y en general han sido defensores fervientes de Tesla.
Su problema es que ahora han perdido el brillo. Las redes sociales, que en cierta época se consideraban una fuerza en favor de la libertad, ahora se consideran portadoras de desinformación. Por su parte, el propagandismo de Tesla se ha visto afectado por noticias sobre combustiones espontáneas y accidentes con el piloto automático. Los magnates del sector tecnológico todavía poseen una riqueza inmensa, pero el público —al igual que el gobierno— ya no los tiene en el pedestal que solían ocupar.
Y eso los está volviendo locos.
Esta película no es nueva. En el año 2010, gran parte de la élite de Wall Street, en vez de sentirse agradecida por los rescates recibidos, se dejó consumir por la “furia contra Obama”. Los embaucadores financieros estaban furiosos porque, según ellos, no recibían el respeto que se merecían por su enorme contribución a, pues, colapsar la economía mundial.
Por desgracia, la mezquindad plutocrática sí importa. El dinero no puede comprar admiración, pero sí puede comprar poder político; es desalentador que parte de este poder se despliegue en representación de un Partido Republicano que cada vez cae más en el autoritarismo.
¿Y ya mencioné que la reunión más reciente del grupo de derecha CPAC, que incluyó un discurso en video de Donald Trump, se celebró en Hungría con el apoyo de Viktor Orbán, quien ha acabado de facto con la democracia en su país?
Me atrevería a decir que el giro hacia la derecha de algunos multimillonarios del sector tecnológico es, además, totalmente bobo.
Es verdad que los oligarcas pueden hacerse muy ricos con autócratas como Orbán o Vladimir Putin, quien era profundamente admirado entre gran parte de la derecha estadounidense hasta que comenzó a perder su guerra en Ucrania.
Pero en estos días, para su desgracia y según varias fuentes, los oligarcas rusos están aterrados. Porque hasta la mayor riqueza ofrece poca protección contra el comportamiento errático y el deseo de venganza de los líderes que no tienen el menor respeto por el Estado de derecho.
Tampoco es que espere que personajes como Musk o Ellison aprendan algo de esta experiencia. Los ricos no se parecen nada a ti ni a mí: por lo regular, están rodeados de personas que les dicen lo que quieren oír.
(*) Es columnista de Opinión de The New York Times desde 2000 y también es profesor distinguido en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ganó el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2008 por su trabajo sobre comercio internacional y geografía económica.