Por Eduardo Gonzalez Viaña
EN CHILE, la esperanza ha vencido al miedo.
Nadie nos entregará vivo a Salvador Allende. Nadie nos devolverá a Víctor Jara ni a sus miles de compañeros, pero no nos podrán quitar nunca sus canciones. Nadie nos impedirá que continuemos cantando o que tarareemos en voz baja “Te recuerdo Amanda”.
TE RECUERDO, AMANDA
“Te recuerdo Amanda/ la calle mojada/ corriendo a la fábrica/ donde trabajaba Manuel…”
En el estadio de Santiago de Chile, frente a sus verdugos, Víctor Jara debe de haber recordado esta canción sobre una familia obrera en la que el esposo es asesinado por las fuerzas represivas.
Algo de profético había en ello. Víctor había sido un chico campesino muy pobre. Huérfano, a los 15 años, ingresó en el seminario Redentorista de San Bernardo.
Aprendió allí que más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja a que un rico angurriento entre al reino de los cielos. Y entendió que el cristianismo conduce por los cauces del amor a la creencia en el socialismo.
En 1973, ya era un famoso e internacional cantante, cantautor, director de teatro, escritor y director artístico de los Quilapayún.
En toda su música, se canta la desdicha y la esperanza de los pueblos al mismo tiempo que su derecho al cambio revolucionario. Su canción dejó de pertenecerle para ser patrimonio de los chilenos que la cantaban en la campaña de Salvador Allende, y, no tan sólo de los chilenos, sino de los jóvenes de todo el mundo que las cantábamos y las cantamos.
Ahora mismo, cerrar los ojos y recordarlas nos hace volver a ser los que fuimos, y continuar siendo un tan esperanzados y tan rojos como seremos para siempre.
Lo conocí y nos hicimos amigos días antes de su martirio porque estuvo en Lima. Había hecho una gira musical por el Perú, y el día siguiente partiría de regreso. Recuerdo que mientras conversábamos en el segundo piso de la Casa de la Cultura, dos personas se acercaron a hablarle, y él les respondió “Gracias, muchísimas gracias, pero no”.
Por mi parte, lo invité a ir a Trujillo. “En la universidad todos querrán oírte. Puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que quieras”. Lo queríamos retener en el Perú pero no aceptó.
Sabíamos que la caída del régimen de Allende era cuestión de días o de horas. Era el primer socialista en el mundo en haber sido elegido por el voto popular, y eso no lo podían permitir ni al maléfico señor Kissinger, ni las corporaciones internacionales, ni sus sirvientes en nuestros países, ni los militares felones a quienes habían comprado. La bestia de Chile se llamaba Pinochet.
Se sabía lo que iba a ocurrir, pero no se suponía que en un país tan culto como Chile, el golpe iba a ser tan primitivo y perverso. A Víctor lo torturaron muchas horas. Con el mango de los fusiles le machacaban las manos en venganza por haber sido un guitarrista de izquierda.
En Orlando, Florida, el teniente chileno Pedro Barrientos fue declarado responsable de la muerte de Víctor al cual un grupo de soldados comandados por él acribillaron con 44 balazos luego de haberlo torturado.
Con este y otros casos, queda claro que los criminales de guerra sudamericanos no lo tienen albergue en los Estados Unidos.
Nadie nos entregará vivo a Salvador Allende. Nadie nos devolverá a Víctor Jara ni a sus miles de compañeros, pero no nos podrán quitar nunca sus canciones. Nadie nos impedirá que continuemos cantando o que tarareemos en voz baja “Te recuerdo Amanda”:
“La sonrisa ancha/la lluvia en el cielo/no importaba nada/ibas a encontrarte con él/con él, con él, con él…”
Eduardo Gonzáles Viaña: Escritor, Novelista y Miembro de la Real Academia de la Lengua Española, Agregado Cultural del Perú en España